martes, 26 de julio de 2011

Cronicón de las Festas do Apóstolo en Santiago, 2011.

Porque al final hubo Festas, sí, y de las de guardar. Y hubo pregón, sí, y habló Alfonso González Puentes en su calidad de compostelano enxebre que, por si alguien aún no se ha enterado, era amigo de Cela, esa cabeza prodigiosa en un cuerpo de gallego potente (no confundir con ese otro Cela, Rubén), habló Alfonso y ni una coma se salió de cuanto se esperaba escucharle, tanto que se entendió a la perfección todo cuanto calló y se comprendió perfectamente todo cuanto no dijo, un pregón peculiar fruto de su tierra que pagó en betunes propios las disputas partidistas que agrietan esta ciudad. Será que echando la vista atrás en materia de pregoneros nos habíamos acostumbrado tanto a no sabíamos qué, que hasta se abucheó a Miras y a Castaño. O será que este limpiabotas no publicará libro en Santiago como algunos de sus predecesores, que cuando el río de la casualidad editorial suena, auga lleva.

También hubo Ofrenda, sí, y hubo Pilar Rojo con ademanes, en general, de capitana con mando en plaza y donde quiera, impresionando a propios e impropios pasó revista a las tropas y estas se dejaron al verla caminar como lo hizo, armada hasta los dientes de ideas claras y rotundas ante las que cualquier ejército sabe capitular, rindiendo honores y banderas. Pequeños, muy pequeños quedaron los demás, autoridades y peluches, que copaban el acto en el Obradoiro con un alcalde ataviado con traje típico regional sembrando la duda de si lo hizo con dos cojones bien puestos o con una sola neurona y algo dispersa. Concejales recios y flagrantes, mucho ex y concejalas de piernas asustadizas tan poco acostumbradas a ver la luz que se les asoman quebradizas y aburridas sobre tacones de equilibrista novato pero que, al menos ahora, no repitieron el espectáculo de terracita nocturna en Sanxenxo con que nos castigaron el día de la toma de posesión en el Concello. Por cierto, y al decir de algunos, no es que ella no esté a la altura del cargo, sino que es así de bajita, y rústica también, qué se le va a hacer, pero tampoco es para tomarla como a las reses bovinas y graparle en la oreja una chapa fitosanitaria de esas amarillas, en su caso más bien una tarjeta Visa. A fin de cuentas está ahí por lo que o para lo que está.

Y hubo, en fin, manifestaciones nacionalistas, o soberanistas. Poco importa que las urnas hablaran una vez más hasta quedarse afónica para decir que el nacionalismo, cualquiera de ellos, murió con el siglo pasado, miles de personas desafiaron a la lógica y salieron a la calle para gritar que quieren una Galicia a su medida, de izquierdas, excluyente, egoísta y totalitaria. Pero no, no se trataba de una reproducción con grelos de las masas siguiendo a la Libertad de Delacroix con su seno al aire sino, un año más, al sobaco irredento de Iria Aboi. ¿Qué tendrán los nacionalismos que siempre están cabreados? Hagan lo hagan, digan lo que diga, e incluso de fiesta están cabreados. Misterio…

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