Finalmente se clausuró el domingo en Santiago lo que ha venido en llamarse “congreso de periodistas” promovido por la Asociación de Periodistas de Galicia (APG). Pues bien, más allá de sus garrapiñadas conclusiones, una sombra sobrevoló el encuentro, la bruma de esa incierta crisis del periodismo y que, a la vista de lo visto, cualquier lector sabrá interpretar solo con fijarse en la fotografía que ilustra los actos del último día.
¿Está en crisis el periodismo?
Mire y dedúzcalo usted mismo repasando quiénes “participaban” esa última jornada: el Presidente de la Xunta, el Director Xeral del Libro de la Xunta, un responsable comercial de El Corte Inglés, un periodista que venía de presentar y firmar su libro en El Corte Inglés, el rector de la USC, un puñado de decanos de diversas facultades de periodismo y responsables de comunicación de cuatro grandes empresas (Pastor, Fenosa, El Corte Inglés, Idom)
¿Comprende ahora qué ha pasado con el periodismo? Exacto.
No hablaron, dicen que por pudor, de la sociedad, la destinataria última que ha de tragar con su trabajo, la única realidad que puede dar sentido a lo que hacen, porque poco parece importarles lo que esa sociedad piense del periodismo. Tal vez porque esa sociedad hace tiempo que comprendió que el periodista murió en el momento en que cayó en la trampa que le tendió el poder ofreciéndole doblegarse ante las exigencias del corsé laboral que, por unas pesetas, cortó sus alas. Ahora el periodista es un trabajador más y, por tanto, su trabajo solo se entiende en el marco de un contrato laboral que lo condiciona hasta la caricatura, el periodista no ha de cumplir una noble vocación sino un contrato, y del mismo modo que hasta hace unos años los medios de comunicación eran empresas que daban soporte al periodismo, ahora son los periodistas quienes sirven de soporte a empresas que, como tales, solo entienden de balances contables donde el criterio propio del periodista ha de coincidir, sí o sí, con el de su empresa o se queda sin cena de Navidad, trienios y días propios. Eche usted la vista atrás diez, veinte años y comprobará la involución de la que hablamos. Triste, si, pero nada comparado con otras dos realidades más sangrantes si cabe: que el periodista ha pasado de ser una persona profundamente culta a convertirse en alguien simplemente hábil y aseado manejando la banda ancha; y, peor aún, que ninguno de ellos parece dispuesto a mover un dedo por intentar recuperar su dignidad. Allá ellos, pero que ninguno pida después que la sociedad valore lo que hacen.
Pues es lo que hay y hasta el próximo congreso. Eso sí, sabemos que es evidente que ningún periodista se reconocerá en estas letras. Evidentemente...
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